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(http://diario.elmercurio.cl/2010/06/13/editorial/cartas/noticias/5cd9560d-a8da-44f3-a08b-27ae5135fa63.htm, revisada el 13 de junio, 2010)
En las últimas semanas, el Bicentenario ha sido motivo de reflexión y debate público. Y eso es una muy buena cosa, pues una conmemoración como ésta es una ocasión inmejorable para efectuar una discusión que conduzca a una evaluación seria de la situación del país y sus perspectivas.
Una manera de abordar esta tarea es comparar el Chile de hoy con el del Centenario. En una primera mirada, este ejercicio parece arrojar resultados decepcionantes. El desarrollo sigue siendo una promesa incumplida. Continúan afectándonos males lacerantes como la mala calidad de la educación o la pobreza que aún golpea a millones de chilenos. Algunos de los problemas descritos por los intelectuales del Centenario estarían inalterados.
Pero una mirada más profunda muestra que hay diferencias notorias. Si hace un siglo se lamentaba el muy elevado número de chilenos que moría en los primeros años de vida, hoy nos esforzamos por acoger a los muchísimos que llegan a edades avanzadas. Entonces la desnutrición era un drama extendido; hoy nos preocupa combatir la obesidad. En 1910 se constataba el creciente rezago de Chile en el contexto latinoamericano. "Como consecuencia de la debilidad de nuestro desarrollo -sostuvo Francisco Antonio Encina en 1912-, hemos perdido la distancia que nuestra temprana organización nos había permitido tomar sobre algunos de los pueblos hispanoamericanos; y si el orden actual de las cosas no se modifica, en pocas decenas más de años, la mayor parte de ellos nos sobrepasarán". Si bien la falta de audacia de los últimos 12 años nos impidió alcanzar el anhelado desarrollo, el gran impulso que la economía libre dio al país durante los 80 y gran parte de los 90 nos puso en la vanguardia del subcontinente y nos dejó en una inmejorable posición para dar ese salto durante esta década.
Estamos mucho más cerca del desarrollo que un siglo atrás. Pero más importante aún, hoy tenemos una idea mucho más precisa de lo que se necesita para alcanzarlo. Los intelectuales del Centenario recién indagaban en las causas del subdesarrollo y ensayaron disímiles respuestas. Ahora sabemos bien que el desarrollo se alcanza mediante la ejecución eficiente de políticas públicas que liberen las amarras e incentiven el potencial creativo de las personas.
A diferencia de lo que ocurría hace cien años, hoy, debido al conocimiento y a la consolidación de las instituciones democráticas, los países pueden elegir cómo les va. Y el nuestro ha escogido transitar al desarrollo, derrotar la pobreza y alcanzar mayores niveles de bienestar. Como muestran con claridad las encuestas, los chilenos saben que su progreso depende del esfuerzo individual, la educación y políticas económicas y sociales que apunten a la creación de oportunidades. Por lo mismo, eligieron al Presidente Sebastián Piñera, optando por una nueva forma de gobernar, que se asienta sobre los pilares de la valoración de la libertad y la búsqueda de la acción del Estado orientada a las personas de manera eficaz; una que provee de buenas redes de protección, para que permanezcamos lejos del suelo cuando nos caigamos, pero que quiere construir también buenos trampolines que nos acerquen al cielo cuando brinquemos.
No es extraño que el ánimo de los chilenos sea hoy muy diferente al del Centenario. "Me parece que no somos felices -decía Mac Iver desde el Ateneo de Santiago-; se nota un malestar que no es de cierta clase ni de ciertas regiones, sino de todo el país y de la generalidad de los que lo habitan". Según las encuestas Ipsos, en cambio, si hace un año el 55% creía que el país iba por buen camino, en abril recién pasado ese número se incrementó hasta el 75%, mientras el 81% dijo sentirse optimista o muy optimista acerca del futuro de Chile. Y eso no es nada infundado, pues, aunque es sólo un primer paso, según las previsiones del FMI, en 2011 tendremos finalmente el mayor ingreso per cápita de Latinoamérica.
Es muy lamentable que, a causa de malas decisiones adoptadas en los últimos años, la conmemoración de nuestros dos siglos de vida independiente no nos vaya a dejar un hito comparable al precioso Museo de Bellas Artes. Pero en vez de una gran obra física como esa, cuya magnificencia maquillaba nuestras penurias de hace un siglo, ahora tenemos a los chilenos del Bicentenario, aquellos que, sin temor al porvenir y conscientes de los dramas que nos quedan por resolver y de lo mucho que todavía podemos progresar, están resueltos a tomar el timón de sus vidas y del país en sus manos para transformar a Chile en un país de oportunidades para todos.
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